César despertó una mañana, se sintió ausente y confirmó que le habían arrancado la vida. Se quitó
los algodones de la nariz frotándose con sus dedos sucios, carcomidos por el tiempo, mientras
recordaba qué tan poco había muerto aquella vez en París. Se levantó. Caminó lentamente por la
habitación donde se encontraba y decidió subir por la escalera que se veía en el extremo del cuarto
maloliente. Todo andaba empolvado, sucio, irrepetible, como él mismo se sentía entonces. Subió
haciéndose paso entre las telarañas, cogiéndose de una baranda oxidada por el olvido, hasta que
llegó a la parte superior. Tocó el techo y le pareció exageradamente compacto, como si la casa toda
fuera de piedra. Empujó y golpeó hasta que le dolieron los puños: se sintió inútil, como si estuviera
muerto otra vez.
Autor(s): Cangalaya Sevillano, Luis Miguel
Fuente: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas - UPC
URL: http://hdl.handle.net/10757/581585
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